Villa Educación

Jueves 26 de diciembre de 2024

50 AÑOS DESPUÉS. TESTIMONIOS DEL 68

Por Amapola Nava y Antonio Trejo

Ciudad de México. 1 de octubre de 2018 (Agencia Informativa Conacyt). Desde la terraza del tercer piso del edificio Chihuahua, Gerardo Estrada Rodríguez escuchaba las intervenciones de sus compañeros en el mitin convocado por el Consejo Nacional de Huelga, la tarde del fatídico 2 de octubre de 1968.

Crédito: Wikimedia Commons.

Estudiante de la entonces Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales, él formaba parte del movimiento estudiantil desde sus inicios. Ese 2 de octubre lo acompañaban su hermano y su novia. Los tres jóvenes estudiantes habían llegado, en automóvil, al mitin en la Plaza de las Tres Culturas, que esta vez carecía de las multitudes que habían distinguido los actos previos del movimiento estudiantil.

Nunca imaginó que esa tarde se escribiría uno de los capítulos más trágicos de la historia contemporánea de México. Un suceso que cambiaría su destino personal y habría de influir en el curso de la vida política del país.

 

“Cuando mi compañero José González Sierra terminó su participación en el mitin, nos pidió bajar porque advirtió que el lugar estaba lleno de guaruras. Siguiendo de inmediato su recomendación, bajamos y nos fuimos a la orilla norte de la explanada, donde había unos astabanderas y desde ahí continuamos escuchando a los otros oradores”.

 

A la intimidante presencia de agentes encubiertos, se sumarían —desde el micrófono— las palabras de los últimos oradores, que aún tuvieron tiempo para advertir a los cinco mil asistentes sobre la amenaza que se gestaba: una columna de tanquetas del mítico Batallón Olimpia avanzaba hacia la plaza.

“Fue entonces cuando vimos un helicóptero que sobrevolaba la plaza y las luces de bengala”. Esa fue la señal para que los soldados del Batallón Olimpia avanzaran hacia una multitud integrada por estudiantes, niños, ancianos…

 

“Como todo el mundo, empezamos a correr cuando escuchamos los disparos, primero hacia el lado oriente, pero vimos una barrera de soldados, nos dio miedo y corrimos hacia la izquierda, donde encontramos otra barrera de soldados que, con una actitud más amigable, nos ordenaban salir de la explanada, nosotros obedecimos, solo para encontrarnos frente a una tercera fila de soldados con una actitud muy hostil”.

Crédito: Wikimedia Commons.

Esto no es un guion cinematográfico

A medio siglo de la represión en Tlatelolco, la narración de Gerardo Estrada sorprende por su nitidez y abundantes detalles que, como pieza de un rompecabezas colectivo, complementa y ratifica los testimonios recreados en películas y libros.

 

“Entramos a uno de los edificios laterales y tocábamos a las puertas de los departamentos, pero nadie nos abría. Hasta el tercer o cuarto piso, pudimos entrar a un departamento, mientras escuchábamos el ruido incesante de las ametralladoras; si usted vio la película Rojo amanecer, entonces sabe de lo que hablo”.

 

La mujer que abrió la puerta de su departamento, con su generosidad les permitió ponerse a salvo durante las siguientes horas. En ese pequeño espacio, los tres estudiantes se encontrarían con otros compañeros que, aterrados, escuchaban los disparos y gritos de la multitud.

 

“La señora fue muy gentil, muy valiente. Siempre lamenté no haberle preguntado su nombre, aunque en ese momento nadie quería identificarse, el temor al régimen represivo nos perseguía”.

 

Como toda buena madre mexicana —recuerda con agradecimiento Gerardo Estrada—, les ofreció a los aterrados estudiantes café y un bolillo “para el susto”.

Hacia las 22:00 horas, los disparos cesaron y el grupo se arriesgó a salir del edificio, pero antes se deshicieron de los objetos que en esas circunstancias resultaban incriminadores: docenas de pines con la imagen del Ché Guevara y volantes del Consejo Nacional de Huelga.

 

“Salimos del edificio y no encontramos a nadie afuera, caminamos hasta la calle de Manuel González donde subimos a un camión de la Línea Peralvillo–Cozumel que nos dejó en el Zócalo”.

 

Un zafarrancho protagonizado por agitadores

La censura impuesta por el régimen en los medios de comunicación resultó eficaz. Los eufemismos oficiales minimizaron la represión en Tlatelolco a un fugaz “zafarrancho” orquestado por agitadores.

 

“En la radio y la televisión salieron algunas imágenes, como en el noticiero de Ignacio Martínez Carpinteiro, que el Estado o la autocensura se encargaron de que no salieran a la luz hasta 20 años más tarde”.

Crédito: Wikimedia Commons.

Aunque estaba a salvo, había un problema: el automóvil familiar, un Borgward 230 —que competía en lujo y comodidad con los Mercedes Benz de la época— había quedado estacionado a unos metros de la explanada.

De traje y corbata, con el cabello corto y una identificación de su anterior empleo en la Farmacia París, se vio obligado al día siguiente a regresar a la Plaza de las Tres Culturas, que parecía un campo de batalla, con tanquetas y soldados apostados aún expectantes.

 

“Yo todavía tuve la osadía de regresar a Tlatelolco el 3 de octubre, le tenía más miedo a mi papá que al ejército”.

 

Con el permiso del militar a cargo de la plaza, pudo recuperar el automóvil de la familia que, vandalizado, reflejaba odio y represión del momento.

“Lo encontré con las cuatro llantas ponchadas, los soldados lo habían rayado seguramente con sus bayonetas: 'El Ejército Mexicano es su padre, pinches estudiantes', en el cofre y las puertas” .

 

Barbarie y cultura

Durante varios días permanecería oculto en el estado de Guerrero, junto con algunos de sus compañeros, hasta que la sed cultural que siempre lo ha distinguido fue más fuerte y regresó a la Ciudad de México.

Y es que los XIX Juegos Olímpicos incluyeron el Programa Cultural México 68, el evento cultural más vasto en la historia olímpica, con 232 conciertos, 143 funciones de ballet, 122 espectáculos teatrales y 73 exposiciones. 

Crédito: Wikimedia Commons.

“México fue el primer país que organizó una olimpiada cultural, entonces venían los mejores espectáculos del mundo. Siempre me ha gustado la música sinfónica, el ballet, la ópera y tenía boletos para ver una de las mejores compañías de danza del mundo en el Palacio de los Deportes. Tenía miedo a la represión, pero no podía perder esos boletos” .

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