¿POR QUÉ SOÑAMOS?
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Se cuenta que Bram Stoker soñó su Drácula, lo mismo que Mary Shelley su Frankenstein, Robert Louis Stevenson sus Jekyll y Hyde, e incluso Paul McCartney su Yesterday. Y pese a todas las reflexiones, teorías y experimentos sobre una cuestión que ha fascinado al ser humano desde siempre, la respuesta corta a la pregunta “¿por qué soñamos?” hoy continúa siendo ésta: no lo sabemos. “¡Ojalá lo supiéramos!”, dice a OpenMind Ursula Voss, neuropsicóloga de la Universidad Goethe de Fráncfort (Alemania).
En el siglo XXI ya no creemos, como en la antigüedad, que los sueños tengan un carácter sobrenatural. Pero curiosamente y a pesar de toda la ciencia acumulada, cuesta desterrar su interpretación profética: un estudio de 2009 descubrió que muchos participantes en una encuesta tenderían a cancelar un vuelo si la noche anterior soñaban que el avión se estrellaba.
Dado el carácter intenso y a veces extraño de la experiencia onírica, es natural que el ser humano haya perseguido desde antiguo explicar los sueños. Esta búsqueda encontró su primer análisis científico a finales del siglo XIX gracias a Sigmund Freud. La interpretación de los sueños (1899) es un best-seller histórico en el que muchos lectores han buscado explicación simbólica a sus sueños y pesadillas. Pero el texto del psicoanalista austríaco no es un diccionario de traducción, sino la prolija discusión de la tesis según la cual los sueños son manifestaciones de deseos del subconsciente; una idea ya apuntada siglos antes por Aristóteles y Platón.
LOS SUEÑOS APARECEN EN LA FASE REM
La influencia del trabajo de Freud se prolongó durante buena parte del siglo XX. Sin embargo, ya en su época existía otra corriente, integrada por autores médicos, que buscaban una interpretación de los sueños más biológica que psicológica. En los años 50 se descubrió que los sueños aparecían vinculados a una fase caracterizada por una gran actividad cerebral y movimientos oculares rápidos (MOR o REM en inglés). El avance de las neurociencias permitió abordar el estudio de los sueños desde un enfoque más orgánico, y en 1977 los psiquiatras de la Universidad de Harvard Allan Hobson y Robert McCarley propusieron una teoría neurobiológica de los sueños llamada hipótesis de activación-síntesis.
Los sueños aparecen en la fase REM, caracterizada por una gran actividad cerebral.
Hobson y McCarley describieron los sueños como una consecuencia de la activación espontánea durante la fase REM de una región primitiva del cerebro, el tronco encefálico. Cuando la corteza cerebral, donde reside el pensamiento superior, recibe esa especie de ruido neuronal aleatorio, trata de convertirlo en algo que tenga sentido, y lo hace tirando de nuestro archivo personal de imágenes y experiencias. Es en este proceso de “síntesis” cuando aparece la narrativa del sueño; pero como en el proceso nuestra mente baraja ese archivo dependiendo de esas ráfagas inconexas, los resultados pueden ser aberrantes. En la teoría de activación-síntesis, este es el origen de ese carácter a veces estrafalario y absurdo de nuestras aventuras oníricas.
Pero el modelo de Hobson y McCarley ni mucho menos zanjó la cuestión; descubrimientos posteriores han aportado nuevos datos que dificultan el encaje de todas las piezas. Hoy sabemos que otros mamíferos, aves y reptiles comparten con nosotros la fase REM, pero también que nuestros sueños no están confinados únicamente a esta etapa. Y que los sueños no suelen estar tan dominados por el surrealismo como creemos: según el investigador G. William Domhoff, de la Universidad de California en Santa Cruz (EEUU), la conclusión de más de cinco décadas de registro de sueños es que nuestro mundo onírico se parece más a la vida cotidiana que al País de las Maravillas de Alicia, y que guarda cierta regularidad y coherencia, incluso con nuestros pensamientos durante el día.
Los sueños participan en la consolidación de la memoria
Por otra parte, las investigaciones revelan que los sueños participan en la consolidación de la memoria, transfiriendo lo aprendido desde el hipocampo a la corteza cerebral y relacionándolo con nuestro catálogo de emociones. Estas observaciones cuadrarían con la idea de que los sueños puedan tener una función biológica adaptativa; tradicionalmente se ha contemplado la capacidad de soñar como un mecanismo de higiene psicológica, necesario para mantener una mente sana. Pero a juicio de Domhoff, este esquema se tambalea por dos hechos: los sueños no aparecen en su forma adulta completa hasta el final de la infancia, y existe incluso un pequeño porcentaje de adultos que nunca sueñan.
En el siglo XXI ya no creemos, como en la antigüedad, que los sueños tengan un carácter sobrenatural.
Así pues, ¿tienen los sueños una función, o no la tienen? ¿Tienen un significado, o no lo tienen? ¿Hay alguna manera de conciliar los extremos opuestos de Freud y Hobson-McCarley? Los investigadores tratan de encajar todas las piezas en el mismo puzle, una tarea difícil: tal vez no haya una verdadera función biológica imprescindible en el hecho de soñar. Y aunque quizá los sueños generalmente no escondan mensajes intencionados de nuestro subconsciente como Freud defendía, probablemente tampoco sean como el ruido de disparos al azar: “No creo que esté justificado decir que los sueños se basan en ruido cerebral aleatorio”, dice Voss.
Según la neuropsicóloga, que ha dirigido investigaciones en colaboración con Hobson, los sueños pueden ser un subproducto de una especie de actualización nocturna del cerebro, cuando la entrada de información desde el exterior es mínima. Cuando el cerebro trata de interpretar esta actividad, no lo hace como quien busca dragones en las formas de las nubes, sino que “formamos asociaciones entre información vieja y nueva, lo ligamos a las emociones y lo almacenamos en imágenes visuales”, prosigue. De este modo, los sueños acaban teniendo un cierto significado psicológico relacionado con nuestras motivaciones y preocupaciones, nuestro sello personal: “es algo así como emoción comprendida”, añade Voss; “no lleva un mensaje, pero nos ayuda a ser introspectivos”.
Con todo, Voss aclara que por el momento este modelo es sólo una propuesta, “aún no demostrada científicamente”. “Pero estoy segura de que varios laboratorios están persiguiendo ideas muy similares”, concluye.
Por Javier Yanes